Aquí un artículo que publiqué en 2014, pero por lo que veo, aún necesario para clarificar el sesgo androcéntrico de la RBU propuesta para España:
https://blogs.publico.es/econonuestra/2014/09/12/renta-basica-precariedad-y-sistema-de-genero/
El actual panorama social en España --pobreza y
malnutrición infantil, personas expulsadas de sus hogares, hombres y mujeres
dispuestos a aceptar cualquier situación laboral y/o doméstica sólo para
sobrevivir—requiere,con cierta urgencia, políticas que corrijan la situación. Las
cotas de injusticia social alcanzadas nos sitúan más cerca de pasados
vergonzosos que de lo que las palabras vacías de los políticos pretenden evocar
cuando hablan del futuro; y en este contexto, la Renta Básica Universal (RBU) ha
sido presentada a menudo como la herramienta capaz de corregir todos estos
males.
Sin duda, es necesario garantizar una renta mínima de
supervivencia para todas aquellas personas que lo necesiten, pero la Renta Básica
Universal es un proyecto mucho más ambicioso; de hecho, se trata de una medida que
aún no ha sido implementada en ningún país de la UE.
En lo relativo a políticas sociales, a España le queda un
largo camino por recorrer para llegar a la inversión media de la UE 28–aún más
largo si hablamos de la UE 15—,y si nos ceñimos a las políticas destinadas al
bienestar de la infancia, la comparación con Europa sitúa a España en una
vergonzosa posición a la cola de la UE 28 en gasto público. Siendo ésta la
situación, habría que preguntarse si la RBU es la solución adecuada. Y desde
luego, si la contemplamos desde un punto de vista de género, no lo es.
En términos comparativos, la RBU no soluciona la pobreza
infantil ni la de las mujeres. Pero además, desde un punto de vista de género,
es indefendible puesto que no sólo no mejora en términos relativos la posición
de dependencia de las mujeres en el sistema de género, sino que incluso es
posible que pudiera contribuir a reforzar la posición del varón en dicho
sistema.
Analizaré la RBU siguiendo las estimaciones de Daniel Raventós.
Existen otros modelos, pero entiendo que éste es el más conocido, y de los más
elaborados como simulación de lo que podría ser su aplicación real.
Se supone que este beneficio es sex blind –que no favorece en especial a ningún género- . Pero no
es así. El hecho de que a los adultos se les asigne una cuantía de 7.968 € y a
los menores (de 0 a 18 años) de 1.594 € es un reparto de beneficios que no es
en absoluto sex blind.
Ya el solo hecho de considerar que el bienestar de un
adulto vale 5 veces más que el de un menor es injusto, adultocéntrico y muy
lejano a las bellas ideas de poner en el centro a las personas, de la
sostenibilidad de la vida, etc. La RBU es una política que, en la línea de la
economía clásica y neoclásica y a diferencia de las posiciones más alternativas,
ignora absolutamente el sistema reproductivo (en ese sentido sí es sex blind), y fija sus objetivos y su
atención exclusivamente en el sistema “productivo”.
Una familia feliz con 2 menores dispondría de 19.124 €. Si. Pero para comprobar si una política tiene
o no sesgo de género no se pueden hacer simulaciones de los presupuestos familiares
en el supuesto único de la familia nuclear unida para siempre –a no ser que se
quiera mantener como modelo familiar el católico-tradicional.
Sólo comprobando las políticas de manera individualizada,
es decir, qué ocurre si vemos la situación de la mujer, y del hombre, viviendo
individualmente y/o con sus hijas/os, es decir, como familia
monomarental/monoparental, podremos ver si existe sesgo de género.
Y el hecho es que, siguiendo a Raventós, se supone que
una mujer sola con 2 menores debe sobrevivir con 11.156 € anuales. Todos
sabemos que esta asignación está lejos de ser una renta digna. En cuanto entran
en juego los menores, la RBU sólo es tolerable dentro de un sistema de género
tradicional y sexista en el que las parejas con hijos nunca se separan, y si lo
hacen, la mujer lo paga caro.
Aquí, habrá quien diga que también puede ser el hombre el
que viva solo con los hijos, y efectivamente, puede ser, pero la realidad es
tozuda y entre el 80% y el 90% de las familias monoparentales tiene un cabeza
de familia mujer. Además, el escaso porcentaje de las que tienen el cabeza de
familia hombre no tienen tasas de pobreza llamativas, mientras que la pobreza
entre las familias monomarentales en España era del 40% en 2011, y, sin duda,
ha aumentado.
Así, una mujer con 2 menores recibe una RBU de 11.156 €
anuales (y quizá en un contexto de inflación).
Imaginemos que el padre de las criaturas estuviera en paro, sin
ingresos, y también vive de la RBU. Ésta es una prestación personal y de
supervivencia, por lo tanto, no tendría ninguna obligación legal de pagar una pensión
de alimentos a sus hijos; sus 7.968 € son para él. Una situación de este tipo
en la realidad supone un enorme poder de negociación para el hombre, no sólo
frente al empresario, sino también frente a su mujer precarizada frente a él.
Incluso trabajando con sueldos habituales hoy en día, de 800 €/mes o 1200 €/mes
estaría precarizada esta familia monomarental con un tipo impositivo del 50%
como se ha sugerido. Así, la RBU empodera al hombre no sólo frente al mercado
laboral, sino que también, presumiblemente, en el sistema de género, en el que
últimamente su posición se ha debilitado. La RBU renueva su rol de varón sustentador,
esta vez financiado por el estado.
Para seguir perfilando el sesgo de la RBU comparemos los
15.936 € que ingresaría una pareja joven y sana sin cargas familiares, con los
11.156 € de la familia monomarental con
2 menores, en la que además, la mamá debe buscar la manera de conciliar funciones
en solitario: el agravio es notorio. En los países nórdicos el principio de que
los que no tienen hijas/os deben colaborar con sus impuestos a financiar y
sostener la crianza de niños y niñas que son el futuro del país es un principio
bien establecido y que rige el sistema impositivo.
Así, la RBU no sólo no mejora la pobreza relativa de
mujeres y niñas/os, sino que, al no
incidir en absoluto en la revalorización social de los cuidados, y al centrarse
en la clásica reivindicación sindical de reforzar la posición del trabajador en
disponibilidad de trabajar y sin cargas familiares, posiblemente empeorará el
posicionamiento de las madres en el mercado del empleo. Sin embargo, desde la
perspectiva de quienes deseamos avanzar hacia un nuevo modelo social
alternativo, éste no es el efecto más pernicioso; lo más grave sería el hecho de
que, si la RBU consiguiera su objetivo principal, es decir, la revalorización
del trabajo realizado dentro del sistema productivo, podría lograr, como efecto
colateral, una aún mayor devaluación, si cabe, de los trabajos reproductivos y
de cuidados, que la RBU ignora por completo, como siempre lo ha hecho el pensamiento
androcéntrico y patriarcal.
Quizá, si en España se hubiera invertido en políticas
para la infancia, como se ha venido haciendo en la Europa avanzada desde hace
décadas, el sesgo de género de la RBU aplicada a nuestro país no sería tan alarmante,
pero el abandono de la infancia, es y ha sido, también a lo largo de los años
de las vacas gordas, un rasgo característico de las políticas sociales en
nuestro familiarista estado de bienestar. La propuesta de Raventós explicita
que la RBU absorbería las demás prestaciones sociales generales; por lo que no
parece que contemple la implementación previa o simultanea de políticas
destinadas a la infancia, y en cualquier caso, dudo que quedara ni un céntimo
para esta área social que ahora prácticamente no existe en nuestro país.
La sola idea de una España con una RBU implementada pero
con un estado de bienestar raquítico como el actual, y que en lo relativo a
Infancia es miserable, me resulta esperpéntica, como los aeropuertos sin
aviones.
Quizá debamos abordar las posibles soluciones de manera
más humilde y menos maximalista. Usemos las buenas y probadas experiencias de
nuestros vecinos, implementemos una prestación universal –o sujeta a renta--
por hija/o, solucionemos la vergonzosa pobreza infantil y de los hogares más
vulnerables con una renta básica garantizada,avancemos todo lo posible en
redistribución e igualdad, y cuando hayamos hecho todo eso, podremos valorar si
la RBU es una herramienta adecuada.
Patricia Merino
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