Publicado el 19 de noviembre de 2020 en Tribuna Feminista
https://tribunafeminista.elplural.com/author/patriciamerino/
Javier Pérez
Royo, a petición del Mar Cambrollé se dispone a trabajar en una fundamentación
jurídica de la “Ley Trans”, y en este artículo explica su opinión y las
bases “filosóficas” de su posición.
Perez Royo
cree que la proposición de ley de autodeterminación del sexo es “impecable
desde un punto de vista constitucional y políticamente muy oportuna”, y no me
cabe duda de que la fundamentación jurídica que redacte será también impecable.
Pero el problema de la defensa de esta ley es uno de base, y atañe a los fundamentos
biológicos, sociales, morales y simbólicos de nuestra condición humana.
Supongo que
es normal que un catedrático de Derecho Constitucional hable de la Constitución
como de un texto sagrado escrito por los dioses. Su naturalización de esta norma
legal llega hasta el punto de hablar de ella como si tuviera vida animada e
inteligente: "la Constitución es más lista que el constituyente".
Quienes no somos
juristas y observamos el modo en que las sociedades han construido sus
instituciones, sabemos que los textos legales, además de ser productos humanos
siempre (aún hoy en día) han servido para legitimar sistemas de dominación, y
muy en particular la jerarquía entre los sexos y la dominación patriarcal. La
escritura alfabética nace en Mesopotamia para inventariar la recaudación de
impuestos; y es entonces cuando aparecen los primeros textos legales, creados
para gestionar los patrimonios (incluidas esclavas), y para sacralizar los
patrilinajes, es decir, el poder de los varones sobre sus mujeres y sus hijos. La
ley romana, que ha servido de inspiración a todo el Derecho de las sociedades
occidentales fue un patriarcado perfecto, y hoy existen muchos países con Constituciones
aprobadas, acatadas por sus ciudadanos y hasta respetadas por muchos, que
permiten que un varón abuse y maltrate a mujeres, que prohíben y penalizan el
aborto, y que toleran la impunidad de los crímenes cometidos contra las mujeres.
Pérez Royo
es un creyente de la Modernidad. Establece un antes y un después, un Rubicon de
la Igualdad/ Desigualdad en la Modernidad iniciada por Hobbes y Newton, y que
cristaliza en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano al establecer
que “todos los individuos son "iguales" en cuanto
"ciudadanos"”. Las feministas
llevamos dos siglos denunciando la “ficción” moderna de igualdad, una Igualdad concebida
de manera que instituye un ciudadano varón unívoco e invisibiliza a las mujeres,
relegando a los márgenes todas las cuestiones que a ellas les afectan. Es obvio
que a él esta cuestión le importa un bledo.
Pérez Royo parece
dar por bueno ese sujeto universal ficticio a pesar de que, además de moderno, es
también un gran constructivista, y es perfectamente consciente de las ficciones
sobre las que se han construido nuestras instituciones: “Nuestra vida descansa
en "ficciones", en entes de razón inventados por nosotros mismos para
hacer posible la convivencia”, y “La POLÍTICA y el DERECHO no son más que el
"sistema de ficciones" que en cada momento histórico los seres
humanos han inventado para explicar y, a través de la explicación, justificar
la organización de la convivencia”. Suscribo del todo estas afirmaciones, pero
no su satisfacción con la ficción actual. Pérez Royo entiende la democracia
como la difusión e intensificación de la Igualdad como “ficción explicadora y
justificadora de la convivencia humana”, sin embargo, no parece estar interesado
en conocer cómo esa ficción se ha construido ni los sesgos y mentiras que contiene.
Es más, en vez de admitir que la más flagrante falacia sobre la que esa ficción
de Igualdad se sostiene es la muy real y empírica desigualdad entre los sexos, nos
acusa a quienes la señalamos de ejercer “resistencias al reconocimiento de
diferencias individuales”.
Además de modernidad
y constructivismo, Pérez Royo echa mano de una dicotomía muy antigua para
justificar la necesidad de una ley de autodeterminación del sexo: la del reino animal,
ámbito del caos (ni desigualdad ni igualdad, solo existe la diferencia) y de la
ausencia de libertad (la diferencia entre la abeja reina y las obreras no
necesita ser "gestionada"), como contrapunto, como “otro
constitutivo” del ámbito humano de lo superior - no-animal, que se rige por la
luz del Derecho y es capaz de “fabular” artefactos culturales. Recordemos que
en estas dicotomías simplificadoras pero profundamente enraizadas en nuestras
culturas, la mujer está siempre del lado de la naturaleza, de lo animal. La “Ley
Trans” así se presenta como una afirmación de nuestra no animalidad, de nuestra
esencia cultural pura que nos diferencia de los animales y nos caracteriza como
humanos……..una representación típica de la más clásica y sexista visión patriarcal.
No cabe duda
de que los humanos no tenemos más remedio que “gestionar nuestras diferencias”.
Y hasta hace muy poco, el modo de hacerlo era sencillo: una clara, abierta y desacomplejada
jerarquización de la diferencia básica en los seres humanos: sumisión de las mujeres
y dominación de los hombres. A lo largo de los siglos, la cultura y las leyes se
han encargado de que esta “gestión” se realice de manera eficaz, y de que se naturalizara
tanto como fuera posible. Es por eso que, a pesar de lo mucho avanzado en igualdad
formal, esta “gestión” jerarquizada de la diferencia sigue estando vigente, y las
mujeres seguimos padeciendo discriminación, pobreza, violencia, abuso y
desprotección jurídica. Este es el motivo por el que, como comenta Pérez Royo,
algunos problemas se resuelven con la aprobación de una ley, y sin embargo otros,
como la violencia de género, no.
El derecho a
“ser diferente” individualmente –algo que nada tiene que ver con el sexo
registral-- está ya protegido en nuestra leyes. Y hacer de la categoría
administrativa “sexo” papel mojado es un ataque a las luchas de las mujeres. No
hay ningún misterio en el hecho de que leyes hechas desde visiones
androcéntricas del mundo contengan dentro de su redacción el germen necesario para
derivar nuevos mecanismos de invisibilización y dominación de las mujeres. Es
lógico y “natural”. El patriarcado se reproduce a si mismo. Es por eso que disponemos
de ese “principio de Igualdad” que Pérez Royo nos dice está en la Constitución
“para garantizar el ejercicio del derecho a la diferencia individual”. Y esto
nos trae a otro punto en el que sí suscribo las palabras de Pérez Royo: dice
que el principio de Igualdad es una "técnica para la gestión de las
diferencias personales”. Efectivamente, en las últimas tres décadas el
principio de Igualdad se ha manipulado hasta convertirse en la más refinada
técnica para la gestión (patriarcal) de la diferencia sexual. Blandiendo los
estandartes de la diversidad, la inclusividad y las identidades (todos ellos conceptos
confusos), y mediante la banalización de la diferencia sexual biológica se ha
logrado poner a punto una herramienta (el principio de Igualdad) que sirve
tanto para borrar a las mujeres y a las madres de los textos legales y
administrativos, como para reforzar la potestad de los padres sobre sus hijos
(custodias, feminización de la pobreza, etc.).
Es curioso
que a la hora de tener en cuenta la diferencia, no sea la diferencia básica y
fundacional de nuestra especie la que en opinión de Pérez Royo merece una especial
protección política y jurídica, sino las diferencias individuales diversas y
variadas, por más que éstas puedan ser subjetivas, temporales y no categorizables.
Parece creer que la diferencia entre un hombre (varón humano) y una mujer
(hembra humana) es de un rango igual o inferior al existente entre alguien que
se siente mujer en un momento dado, hombre en otro, y no binario en un tercer momento.
Pérez Royo
hace continuos paralelismos entre la “Ley Trans” y la Ley del matrimonio gay. Yo,
como Nancy Fraser hubiera preferido una ley que debilite la institución del
matrimonio y no una que la refuerce, pero a diferencia de lo que ahora se
plantea, la ley del matrimonio gay no afectaba ni para bien ni para mal a la
condición social general de las mujeres como mitad de la humanidad que
somos.
No cabe duda
de que en las sociedades complejas necesitamos leyes, constituciones e instituciones
para organizar nuestra vida en común, pero finalmente lo que hacen los juristas
es siempre interpretar; por eso, si aspiramos a un mundo más justo será
necesario ser muy conscientes de hacia dónde, por tradición y por hegemonía, se
tuercen las leyes y disciplinar su androcentrismo “genético”.
Hasta que los
juristas y los políticos de todos los colores no comprendan que el ciudadano/
sujeto universal es una ilusión, hasta que no entiendan que la humanidad es
binaria, compuesta por una mitad de mujeres y una mitad de hombres, con diferentes
condicionamientos y experiencias no estaremos en posición de poder abordar una verdadera
igualdad. Hasta que todas las constituciones del mundo no recojan esta realidad
empírica básica de la diferencia sexual, así como la prohibición de jerarquizarla,
las constituciones tendrán siempre un sesgo patriarcal.
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