https://tribunafeminista.elplural.com/2020/11/la-ley-queer-y-la-ideologia-de-la-identidad-de-genero/
Patricia Merino Murga
Me opongo a la “Ley Trans” porque introduce toda una nueva
ontología tramposa de lo que somos como seres humanos. No es posible cambiar
nuestro sexo, pero si es posible luchar contra el género, que es lo que sirve
para jerarquizar los sexos. Esto es exactamente lo que el feminismo viene
haciendo, pero la Ley Trans nos lo va aponer mucho más difícil.
La autoidentificación de género convierte de un plumazo la
categoría mujer en algo subjetivo, contingente, fluido y banal; y eso significa
desfondar el feminismo, privarle de su herramienta de trabajo. Es cierto que en
un cierto modo también altera la categoría hombre, pero eso no afecta a la
jerarquía, ya que el mundo ha sido construido por y para los hombres. El hombre
sigue siendo el sujeto universal, y aunque las mujeres llevamos ya algo más de
un siglo luchando por nuestros derechos y hayamos logrado algunos avances
importantes, eso es poca cosa frente a unas estructuras materiales y simbólicas
articuladas a lo largo de milenios, tan profundas y escurridizas, que ni
nosotras mismas, las mujeres feministas, podemos siempre eludir.
La ideología de la identidad de género (un conglomerado de teoría cuir y
transactivismo convertido en fundamentalismo de la inclusividad), al contrario del aura transgresora
con que nos la venden es un “feminismo” conservador; y a diferencia de los feminismos radicales, no
se opone a los estereotipos, sino que se regodea en ellos. Se cambia lo superficial
(pelos, genitales, “expresión de género”, etc.) para no cambiar las estructuras;
se trata de una nueva edición de aquello de “cambiar todo para que no cambie
nada”. Nada de lo realmente importante, de aquello de lo que el Poder se nutre:
la jerarquía de los sexos. Unos sexos biológicos que van a seguir existiendo
aunque desaparezcan de los textos legales y se silencien en los medios de
comunicación. Porque el mundo patriarcal gira gracias a esa desigualdad básica.
Lo que está ocurriendo a nivel global con la ideología de
identidad de género es sobrecogedor. La velocidad a la que avanza esta agenda y
su eficacia para introducir sus demandas en las legislaciones de todo el mundo
es pasmosa. Los Principios de Yogyakarta, repetidas veces invocados en el
borrador para la Ley Trans española, son el Santo Grial de quienes defienden
esta nueva configuración simbólica del sistema sexo-género. Los Principios de
Yogyakarta son una petición de derechos redactada y firmada por un grupo de activistas
que se reunieron en 2006 en Indonesia y cuyo texto no fue consensuado con
ninguna otra organización. Los principios son las demandas de sus signatarios.
Sin embargo, estos principios han logrado un estatus político tal que vienen usándose desde entonces como
si fueran el fruto de un gran acuerdo social internacional y un texto
vinculante.
La táctica discreta, incluso sigilosa, y técnicamente
impecable de los lobbies que promueven la ideología de la identidad de género, y
su modus operandi consistente en plantear todas sus demandas como cuestiones de
derechos humanos acordes con la normativa internacional, nos hablan de una
organización sofisticada y muy bien dotada. Tan organizada y bien dotada como
el patriarcado mismo. Este lobby ha logrado recabar el apoyo y la legitimación
de grandes instituciones del poder político internacional, como la ONU y la
Unión Europea, y todo en menos de dos décadas, una hazaña poco probable para un
programa de verdadera revolución feminista.
Si bien alguna de las demandas expresadas en los Principios
de Yogyakarta puede tener validez como genuina reclamación de derechos humanos,
lo cierto es que muy rápidamente la lucha en favor de las personas trans se
convirtió en la herramienta ideal para combatir una visión feminista del mundo,
para impedir que las mujeres podamos analizar, denunciar y combatir la opresión
patriarcal. No podemos saber si esa voluntad estaba ahí desde el principio o no,
pero una vez detectada la oportunidad, la máquina tergiversadora no paró. La historia
ya nos ha mostrado antes la extraordinaria astucia adaptativa del patriarcado:
como un virus, detecta rápidamente el mejor modo de mutar para reproducirse, proliferar
y malograr el empoderamiento de las mujeres.
Uno de los primeros países en introducir la ideología de
identidad de género en su legislación, muy poco después del pronunciamiento de
los Principios de Yogyakarta fue Nepal, un país donde a día de hoy es práctica habitual
vender niñas a redes de prostitución. También Ecuador y Bolivia introdujeron en
2009 cambios constitucionales basados en la nueva ideología. Países “revolucionarios”,
hay quien dirá. Quizá, pero desde luego no en lo relativo a la transformación
de la situación de las mujeres en sus países. Hoy en Bolivia un varón con barba y pene puede autoidentificarse
como mujer, ir a una ventanilla y cambiar su sexo legal; pero las mujeres no
tienen derecho al aborto y la violencia machista sigue campando a sus anchas; estos
asuntos que afectan a las mujeres biológicas no han recibido la atención necesaria
por parte de los gobiernos, y sin embargo, la agenda de la identidad de género ha
sido todo un éxito, hasta el punto de que la ONU Mujeres de Bolivia, convocó a una
“mujer trans”, es decir, a un hombre que exige a la sociedad ser identificado
como mujer, para hablar en los medios de comunicación sobre la salud de las
mujeres bolivianas.
La velocidad con la que esta ideología ha penetrado en los gobiernos
locales, en los países en desarrollo y en algunos países lejanos a los centros
neurálgicos de la política internacional es algo que merece reflexión. En Sudamérica
la agenda se ha introducido de la mano de las nuevas izquierdas. Un modo rápido
de presentarse como rabiosamente “feministas” sin necesidad de plantear cambios
reales en las estructuras de dominación patriarcal, tan queridas por los machos
alfa de izquierdas como de derechas.
Oímos a feministas de Australia y de Nueva Zelanda, de Argentina
y de Chile, de Canadá y de Islandia, de Brasil y de Grecia, todos ellos países que han
introducido en los últimos años la autoidentificación de género, repetir un
mismo relato: De un día para otro, la ley estaba ahí……apenas hubo cobertura mediática
y menos aún debate social…...nadie sabe cómo sucedió. Las mujeres ahora deben
afrontar sus efectos perversos: El deporte femenino ya no está reservado a las mujeres.
No hay manera de preservar la intimidad mujeres y niñas, y depredadores sexuales aprovechan la
autoidentificación para introducirse en espacios de mujeres. En Canadá, Brasil y en otros países hay hombres condenados por
delitos de violación, abuso, y otros que están usando la autoidentificación de
género como herramienta legal para ser internados en cárceles de mujeres.....
Pero además, la aprobación de leyes de autoidentificación de
género es parte de una agenda más ambiciosa. Su objetivo es ir gradualmente
introduciendo las normas de un mundo nuevo en el que el sexo como dato
administrativo-legal habrá desaparecido; se pretende que el sexo biológico sea
una información personal y confidencial -como la religión o la raza—, un dato protegido por leyes de privacidad y
no fácilmente revelado. Así, será imposible saber qué persona asesinó a qué
otra persona, qué personas agreden; no podremos saber qué personas son más o
menos pobres, a qué personas se les retiran custodias, o qué personas acceden a
posiciones de poder. El análisis feminista de la realidad habrá sido detenido.
El caso de Argentina, primer país del mundo en introducir una
ley de la autoidentificación de género sin restricciones en 2012, puede servirnos
para hacernos una idea de hacia dónde nos dirigimos con la aprobación de esta
ley. El 4º gobierno del kirchnerismo, se dispone a desplegar una nueva fase de la
agenda de la identidad de género, cuyo objetivo es borrar a las mujeres y a las
madres de los textos legales y sustituirlas por “personas menstruantes”, “cuerpos
gestantes”, “personas amamantantes” o “personas con vulva”. Como nos explica María Binetti, la violencia específica contra las mujeres se combate con un
“Plan nacional para prevenir la violencia por motivos de género contra las
personas diversas”; programas oficiales como Acompañar o Igualar (contra la violencia y para la igualdad
en el empleo) están destinados a: “mujeres, gays, bisexuales, transexuales,
intersexuales, y otras autopercepciones diversas” (las mujeres ya no son una de
las dos formas de lo humano, sino un colectivo diverso más). La resolución 34
de la Inspección General de Justicia establece que la paridad entre hombres y
mujeres a partir de ahora será “paridad entre personas de género masculino y
personas de género femenino”. Y desde este año el Estado argentino dejará de
apoyar económicamente el Encuentro Nacional de Mujeres, para financiar, sin
embargo, un encuentro de Mujeres y Diversidad. Todo esto se produce en un contexto
sociopolítico en el que la ley del aborto no llegó a aprobarse, las cifras de
pobreza y de feminicidios no descienden, y la maternidad subrogada es una
práctica tolerada (ni prohibida, ni regulada) y en aumento, que desde octubre
del 2017 permite inscribir a los bebés como hijos de los padres de intención en
la ciudad de Buenos Aires.
La ley trans española, irónicamente propuesta por un Ministerio
de Igualdad que se supone defiende los intereses de las mujeres, es el paso que
la agenda global tiene previsto que demos ahora en España, y su tramitación en
plena crisis del Covid, dificulta que podamos lograr la retirada de la ley tal
y como en Inglaterra lo han conseguido gracias al activismo de las mujeres.
Las feministas estamos a favor de que se redacten leyes
razonables para proteger la dignidad de los transexuales. Pero los derechos de
los “trans” tal y como han sido enunciados en los principios de Yogyakarta, y
en la propuesta de Ley española, con la exigencia de autoidentificación de
género y validando el concepto fantasmático de “transgénero” constituyen una
herramienta de manipulación política formidable, un ariete ideológico capaz de
dañar el feminismo. La ideología de la identidad de género introduce una
reconfiguración general de los criterios sobre los que basar derechos y
políticas; las políticas de Igualdad hasta ahora aspiraban a corregir la
desigualdad entre los dos sexos. Con la agenda de la identidad de género esto
será historia muy pronto.
Quizá dentro de algunas décadas los científicos sociales
estudiarán cómo fue posible que en las primeras décadas del siglo XXI se llegara
a institucionalizar la idea de que los hombres podían convertirse en mujeres,
las mujeres en hombres, y que los hombres podían estar “embarazados”; y que alguien pudiera ser condenada por
oponerse a tales ideas, tal y como siglos antes Galileo fue condenado por
sostener que la tierra giraba en torno al sol.
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