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La banalización de la maternidad biológica es un problema grave en el feminismo

Esto es una entrevista que se publicó en la revista online Playground en febrero de 2018 sobre el tema de los permisos parentales cuando aún solo era una demanda de la PIINA y algunos partidos.
El texto se retiró en una reestructuración de la revista hace un par de años, así que aprovecho para colgarla aquí.


Como madre y como estudiosa de todo lo que tiene que ver con la dimensión política de la maternidad, te declaras contraria a la equiparación de los permisos de paternidad y maternidad. ¿Podrías explicarnos por qué?

 Los Permisos Iguales e Intransferibles son parte de esa lógica que afianza el empleo como única forma de reconocimiento social. Han sido diseñados con el objetivo único de maximizar la competitividad de las mujeres en el mercado laboral y dejan de lado cualquier consideración hacia aquello que es consustancial a la maternidad, como por ejemplo, la lactancia.

El hecho de que en el proyecto español estos permisos ni siquiera permitan la práctica de 6 meses de lactancia que la OMS establece como mínimo, habla de lo poco que esta medida “pone la vida en el centro”.

 

En ese sentido, si nos comparamos con el resto de Europa, no salimos bien parados...

Las 16 semanas de licencia remunerada que tienen hoy las españolas y que no se ampliarían ni un solo día con los permisos propuestos en el proyecto de ley, contrastan con los 14 meses de los que puede disponer hoy una madre sueca, los 12 de una alemana, una eslovena o una danesa, y los 9 de una inglesa. Incluso las islandesas, que son presentadas como modelo de igualdad por los lobbies defensores de estos permisos, pueden tomar 6 meses.

Los padres sin embargo, verían sus permisos remunerados incrementados a ¡4 meses! Esto los colocaría a la cabeza de toda Europa en duración total de permisos paternos remunerados intransferibles para los padres: 4 meses en España frente a los 3 de Suecia, Noruega, Islandia y Portugal, y los 2 de Alemania. Resulta un agravio frente al hecho de que las madres españolas somos hoy, junto con las maltesas, las europeas que disponemos de menos tiempo total de licencia remunerada para pasar junto a nuestra criatura.

 

Si nos fijamos en la experiencia de los países que cuentan con permisos intransferibles para padres, qué vemos.

Las licencias parentales son complejas y diferentes en cada país, y es importante saber cómo se han ido construyendo estos derechos. Por ejemplo, Suecia y Noruega implementaron sus permisos intransferibles para los padres allá en los 90 cuando las familias ya disponían de 12 meses de licencia trasferible remunerada para la crianza, una licencia que hoy siguen consumiendo las madres en su mayor parte. En Noruega, se decidió en 2014 reducir la cuota paterna intransferible de 14 a 10 semanas aumentando el periodo transferible, debido al escaso uso que los padres hacían de ella; y en Dinamarca hubo una fugaz cuota paterna intransferible que se erradicó en 2002.

 

No parecen ser muy exitosos...

Los Permisos Iguales e Intransferibles no han sido pensados ni para las madres ni para las criaturas que de hecho tomarán esos permisos, sino para mujeres que quizá nunca los tomen pero a las que les preocupa la “discriminación estadística”, es decir, la discriminación laboral sufrida por las mujeres como consecuencia de la presencia en la mente del empresario de la sospecha de que una empleada mujer pueda quizá llegar a ser madre.

La solución que los permisos Permisos Iguales e Intransferibles dan a esta discriminación es tranquilizar la ansiedad del empresario asignando al varón una maternidad impostada exacta a la de las mujeres, en vez de reivindicar el reconocimiento y la dignificación de la maternidad y la crianza, y reclamar nuevas formas, espacios y derechos laborales y sociales adecuados para nosotras, para las criaturas, y para que todos tengamos mucho más tiempo para cuidar.

 

El permiso de paternidad, ¿debería ser transferible?

Creo que sí debe de existir un permiso paterno intransferible de al menos 15 días, y que aumente de manera proporcional a medida que aumenta la parte transferible de la licencia, pero hasta que esa parte transferible no alcance los 12 meses de vida del bebé creo que la parte intransferible del padre no debería de superar el mes. Recordemos que unos Permisos Transferibles pueden organizarse de la manera que cada pareja decida, por lo que se pueden repartir estrictamente al 50%, pero al menos permiten a las madres que lo necesitan disponer de los tiempos adecuados para facilitar la construcción del vínculo madre-criatura. Ahora los padres españoles disponen de un mes de permiso, bastante más de la media europea, mientras que las madres están a la cola en cuanto a disponibilidad de tiempo de licencia.

 

En tu libro defiendes lo que llamas “maternidades entrañadas”, en oposición a lo “extrañado” o “alienado”. Qué quieres decir con eso.

Es difícil elegir una palabra para denominar lo que podría ser una maternidad óptima. Me interesaba un concepto que contenga la idea de la díada madre-criatura y que evoque una maternidad que no teme invertir energía libidinal en las criaturas.

 

Qué condiciones deberían darse para que esa maternidad entrañada sea posible.

Yo defiendo el derecho a que las instituciones provean medios para que las madres puedan practicar al menos 6 meses de lactancia exclusiva y 12 combinada. Creo que la creación del vínculo madre-bebé es fundamental para el bienestar de la criatura y del futuro adulto.

 

La visión social y política actual de la maternidad tiende a negar lo biológico, sostienes en tu libro. “Se niega trascendencia a todo aquello que es naturaleza en nosotros”, escribes.

La banalización de la maternidad biológica me parece un problema grave en el feminismo. Y esta preocupación se está mostrando relevante en vista de la evolución terrorífica e imparable de la mercantilización de la maternidad con la maternidad subrogada. El problema que los feminismos constructivistas tienen con “los hechos biológicos de la reproducción” es patente al leer algunos pasajes de Beauvoir sobre la maternidad o de Butler sobre la sexualidad.

 

La maternidad como “maldición biológica y patriarcal”.

Sí, efectivamente durante milenios la maternidad ha sido así, al menos en parte, ya que el patriarcado ha instrumentalizado la “tiranía” que una biología no controlada por las mujeres ejercía sobre sus cuerpos, por lo que el rechazo de la maternidad por parte del feminismo tiene su explicación histórica y es en cierto modo lógica. Pero es paradójico que justo cuando nos liberamos de esa tiranía gracias al control de la fertilidad, el feminismo no ha generado una ideología amable hacia la maternidad, sino todo lo contrario.

 

En qué sentido.

El debate sobre el deseo de maternidad está ausente en el feminismo. El concepto de “madre esencialista” es una categoría negativa formulada por el feminismo hegemónico para describir la alienación de las madres que fundan su identidad personal en su rol maternal; pero si hay catedráticas de Filosofía o analistas financieras que fundan la suya en su estatus profesional, no veo que ambas sean muy diferentes. Puestos a analizar cuál de las dos identidades tiene hoy en día mayor tendencia a convertirse en una esencia invasora y totalitaria, yo diría que las identidades relacionadas con el estatus laboral se llevan la palma.

 Para el feminismo de tradición beauvoiriana, profundizar en el espinoso asunto de la maternidad  significa poner en peligro gran parte del andamiaje de su proyecto de empoderamiento a través de empleo, que básicamente consiste en emular el estilo de vida independiente y autosuficiente del varón que rechaza los cuidados.

 

¿Hace falta una crítica dentro del feminismo al empleo como liberación?

La crítica al empleo como liberación ha sido ya formulada hace mucho dentro del pensamiento alternativo, y efectivamente llama la atención que el feminismo no la haya encajado en absoluto. 


Esa negación de lo biológico de la que hablabas, tiene implicaciones a muchos niveles. Entre ellas, la creciente mercantilización de la maternidad tardía. Congelación de óvulos, tratamientos de fertilidad, vientres de alquiler...

 Yo no estoy en contra de un uso razonable de las llamadas Nuevas Tecnologías de Reproducción, y usar gametos ajenos cuando una tiene problemas de fertilidad o quiere ser madre sola en principio me parece bien. También hay que pensar que ninguna de nuestras decisiones reproductivas son inocuas para la criatura que vendrá: esa criatura tiene derecho a saber sobre sus orígenes.

 

Entonces, dónde dibujarías la frontera.

Para mí la frontera ente lo éticamente admisible y lo inadmisible está precisamente en la maternidad, entendida fundamentalmente como gestación —acto de entrañar— y parto. La maternidad subrogada es inadmisible porque rompe la díada madre-criatura y porque comercia con un ser humano.

 

Hay quien ve todo lo que tiene que ver con la maternidad tardía como la última victoria del patriarcado.

Creo que para las mujeres forzar las condiciones de la maternidad de manera que lo que puede ser fácil y natural (me gusta poder decir esta palabra) se convierta en algo complejo y muy racional, o incluso en una odisea dolorosa, no nos beneficia en nada. También habría que pensar hasta qué punto no hay en esta problematización de la maternidad y la fertilidad femenina algo de la vieja y patriarcal envidia del poder creador de las mujeres: forzándonos a posponer y problematizar algo que en nosotras es un don natural, el patriarcado encuentra un modo más de alienar a las mujeres de sus deseos e identidades, y de paso, hacer negocio.

 

Sostienes que la definición de una trayectoria laboral estándar es una definición masculina, hecha por ellos para ellos, y, por tanto, sin maternidad y sin crianza. Frente a eso, abogas por cambiar ese estándar. ¿En qué dirección habría que avanzar?

 De entrada imagino una jornada laboral mucho más corta para todos, 30 horas semanales o menos, diseñada explícitamente para que todos tuviéramos mucho más tiempo para cuidar. Imagino un mercado laboral sostenible con jornadas laborales variables a lo largo del ciclo vital, de los intereses, las demandas y los compromisos de cada época de la vida. Pero el cambio necesario es de criterios y de valores. Hay que replantearse qué es valioso y qué no en una sociedad, y qué se considera contribuir, y después rediseñar las políticas según esos nuevos criterios.

Tomar como base estándar para el acceso a los derechos sociales una vida laboral típica de una mujer que, por ejemplo, se hubiera ocupado de criar adecuadamente a dos hij@s y de cuidar a un abuelo, supondría una profunda transformación de todos los presupuestos actuales en lo referente al trabajo y al valor social de las cosas.

 

En los entornos laborales, la crianza suele verse como un asunto privado, un problema que tú te has buscado y con el que debes apechugar tú solo, sin esperar ningún tipo de ayuda o consideración especial. Suele ser así a nivel de jefes y, quizás más sorprendente, a nivel de compañeros de trabajo. ¿Qué se puede hacer para crear conciencia sobre la importancia social de la crianza?

La socialización del peso de la crianza es un requisito indispensable para cualquier sociedad justa y sostenible. No es posible construir un estado igualitario sin hacerlo. Es algo que analizo, desde el contexto concreto de España y los países del sur de Europa, en este artículo.

Hay que equiparar el valor del trabajo productivo y reproductivo. Y para valorizar el trabajo reproductivo (en el que incluyo cuidados y todo el proceso de la maternidad), en las sociedades capitalistas en las que vivimos la única manera de hacerlo es asignarle un valor monetario, por lo que es fundamental asignar muchos más recursos a la crianza. No solo servicios como escuelas infantiles, sino transferencias monetarias, que en España son prácticamente inexistentes y en los países más redistributivos son prestaciones básicas y universales que se llevan la mitad del presupuesto destinado a Infancia, que es más del doble del español.

 

Desde el punto de vista de lo que algunos llaman el 'feminismo neoliberal', las prestaciones que remuneran la crianza serían negativas, en tanto que facilitan que la mujer se quede en casa, en vez de estar en el mercado de trabajo.

 La tesis del feminismo según la cual las prestaciones que remuneran la crianza son negativas es probadamente falsa. Los países que más invierten en este tipo de prestaciones son los que tienen tasas de participación laboral femenina más altas: más del 70% de las mujeres en edad laboral en los países escandinavos, frente a más del 50% de las españolas.

 

Volviendo al principio. ¿Qué pasa con los padres? ¿Qué papel deben jugar en todo esto?

En mi libro abordo la cuestión de las paternidades —nuevas y viejas—  desde un punto de vista crítico y un poco escéptico. Me temo que acabar con miles de años de paternidad patriarcal no es tan fácil...

Para mí ver a un papá que siempre lleva a su bebé encima en el portabebés no es prueba de igualdad. De entrada, hoy es una moda. Conozco incluso algún caso en el que el empeño del papi por exhibirse con el bebé encima causa ansiedad en la mamá, que puede que esté siendo expropiada de una parte de su maternidad.

El papel del padre en la crianza temprana creo que es fundamentalmente apoyar a la diada madre–criatura en la manera que la madre considere más conveniente. Lo más antipatriarcal que un padre puede hacer en esta etapa es reconocer la autoridad de la madre sobre el proceso, aceptar que esta vez no es él quien dirige, pero que, sin embargo, su colaboración es muy necesaria. Creo que los padres igualitarios en esta etapa pueden aprender habilidades femeninas, y no solo cuidar, sino sobre todo “estar al servicio de” o aprender a hacerse a un lado, y gestionar con tolerancia y generosidad emociones confusas. Atravesar esta etapa y las inquietudes que pueda despertar sin recurrir a herramientas patriarcales es prueba de amor y de compromiso igualitario, y la calidad de la relación de la pareja es sin duda un factor fundamental del proceso por el que la diada se convierte en tríada.



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