Artículo publicado en el.Comun.es el 29 de marzo de 2021.
https://elcomun.es/2021/03/29/verdad-y-politica-%e2%80%a8por-que-transicionan-las-personas/
Patricia Merino Murga. Autora de Maternidad, Igualdad, Fraternidad; miembro de Confluencia
Movimiento Feminista y de WHRC
Vivimos tiempos revueltos, la vida política se ha convertido en una masa enmarañada, veloz y mutante de mensajes, casi todos falsos y estratégicamente diseñados para despertar pasiones y acallar reflexiones. Lo único que sabemos ahora más claramente que antes es que éstos políticos y éstas políticas (medidas) no nos van a sacar del atolladero.
Hannah Arendt decía que la verdad y la política nunca se
llevaron bien, se preguntaba si está en la esencia misma del Poder ser falaz; y
cavilaba: “puede que sea propio de la naturaleza del campo político estar en
guerra con la verdad en todas sus formas” (del artículo “Verdad y Política” en Entre el pasado y el futuro).
Hablando de la época nazi que le tocó vivir, Arendt describe
cómo la verdad factual, los hechos de público conocimiento, se convierten, bajo
el efecto de la política, en secretos, en tabú; y dice: “en la medida en que
las verdades factuales incómodas se toleran en los países libres, a menudo se las
transforma consciente o inconscientemente en opiniones”. Arendt considera esta estrategia
típica del campo político moderno, y si la verdad factual se presenta como una
opinión, la mentira se defiende como otra opinión distinta, alegando el derecho
constitucional a tenerla. Esta confusión atenúa la línea divisoria entre la
verdad de hecho y la opinión, y tiene efectos desastrosos. Puesto que la
veracidad nunca se incluyó entre las virtudes políticas, Arendt cree que la
política necesita controles externos, una función que en otros tiempos cumplieron
la prensa y la academia. Hoy la prensa y la academia son parte del entramado político.
La agenda transgenerista no es una iniciativa más entre las
que hoy logran la aceptación de los políticos que nos gobiernan. Es el mascarón
de proa del proyecto posmo para el futuro global, y sus propuestas nos dan
pistas importantes sobre cuáles son sus pilares ideológicos: La disolución de
categorías convertida en ley, la confusión de derechos con deseos, el
reconocimiento de identidades subjetivas y contingentes como políticamente
relevantes, la sacralización de la diversidad; y sobre todo, como contrapunto,
la negativa a dar relevancia política y tomar en consideración las bases biológicas
de la vida humana, siendo como son, el sustrato de todas nuestras sociedades.
Estos elementos nos proporcionan las claves de lo que hoy mueve la maraña de la
biopolitica.
No sé si ser falaz está en la esencia misma del Poder, pero
desde luego, la verdad no es su ecosistema favorito, por eso, la posmoderna
negativa a aceptar verdades confiables ha sido el campo abonado para que la agenda generista
prolifere como la mala hierba por todo el planeta. También ha contribuido a su
champiñonesco crecimiento el hecho de que el transgenerismo sirve como caja de
herramientas para construir los nuevos mecanismos con los que el patriarcado del
siglo XXI tiene pensado montar las bases de los nuevos modos de dominación y
explotación de las mujeres.
Durante milenios el patriarcado ha legitimado la jerarquía
entre los sexos mediante un orden simbólico en el que las mujeres eran
representadas como débiles o malignas o irracionales, es decir, inferiores; y
los varones eran fuertes o divinales o racionales, es decir, superiores. Ahora
todos creemos en la igualdad, ya nadie “normal” sostiene que las mujeres sean
inferiores, por eso, el patriarcalismo necesitaba nuevos dispositivos para
legitimar simbólicamente la dominación y explotación de las mujeres. El transgenerismo
está cubriendo esta necesidad, y está desarrollando a nivel global un nuevo
dispositivo para la readaptación del orden patriarcal: Si en la ecuación “mujeres
y hombres son iguales” ya no se puede cuestionar el ser “iguales”, entonces se problematiza
y se niega el “mujeres”. Destruyendo la categoría mujeres, convirtiendo a las mujeres
en un colectivo más de ese enorme catalogo diverso de identidades oprimidas, se
diluye el hecho irrefutable, universal y políticamente contundente de que somos
la mitad de la humanidad. Un hecho insoportable para el orden patriarcal.
La categoría
“personas trans”
Para lograr que las mujeres queden diluidas en el caldero de
la diversidad y la inclusividad es necesaria la proliferación de identidades
fluidas: aquellas en las que el sexo deja de ser la fisiología y biología que
capacita a un cuerpo para unas funciones reproductivas determinadas, y pasa a
ser una performance, una libre elección, un sentimiento subjetivo…..es decir,
una completa banalidad aleatoria e inverificable. En este salto cuántico por el
que el lenguaje pasa de tener una función denotativa y práctica a una ideológica
y mágica, la creación de la categoría “personas trans” es un hito importante.
Al mismo tiempo que se hace añicos la categoría mujer, se crea el concepto
simple y molón de “personas trans”, un significante “frankenstein” hecho con
piezas diversas (y dispares) de malestares, comportamientos, sentimientos y
excentricidades humanas sin ninguna relación entre ellas excepto el estar
vinculadas (a veces de manera muy indirecta) con la vivencia de la sexualidad o
del género.
La solidez de la verdad factual tras esta categoría no
preocupa a nadie, ya que la agenda generista se desliza por la bien engrasada pista
posmoderna negadora de verdades, igual que la contrafáctica negación de la
categoría mujer como hembra de la especie humana tampoco ha representado un
problema. Modelar las conciencias de manera que sean capaces de aceptar lo
inaceptable no es tan difícil. Una parte significativa de la producción
cultural humana siempre se ha dedicado a ello. La propaganda política de Goebbels,
por ejemplo, aplicaba el principio de la simplificación (cuanto más grande sea
la masa a convencer más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar); el
método del contagio (reunir en un sola categoría a diferentes tipos de
individuos); y el de orquestación (repetir
incansablemente un número pequeño de ideas siempre convergiendo en el mismo
concepto); tres estrategias que son el abc del discurso transgenerista.
Aglutinar en una misma categoría “trans” manifestaciones muy diversas de los malestares
humanos respecto al cuerpo y al género es una operación simbólica y política que
cumple las tres estrategias descritas, pero como ocurre con frecuencia con las
categorías creadas con fines políticos, especialmente las creadas para engrosar
las nuevas “diversidades”, no resiste el contraste con lo fáctico, con los
hechos empíricos.
Voy a aclarar en primer lugar que en mi uso del lenguaje los
hombres son siempre aquellos nacidos de sexo varón y las mujeres, las nacidas de
sexo hembra. Los “intersex” (0,2 % de la población), y que hoy se denominan
“personas con desarrollo sexual diferente”, son personas con algún tipo de anomalía,
a veces mínima, en la morfología de su aparato reproductivo o en su genética,
pero en su gran mayoría pertenecen con bastante claridad a uno de los dos sexos.
De hecho, muchas de las personas que podrían encuadrarse dentro de lo “trans”
no comparten la visión que los lobbies del transgenerismo están convirtiendo en
hegemónica, y son conscientes de las enormes diferencias e inconsistencias que
hay dentro de lo que se ha dado en llamar “colectivo trans”.
Uno de los tipos humanos que componen el espectro de lo
trans son los autoginefílicos. Empiezo por ellos porque son quienes lideran el
transgenerismo. La autoginefilia
es una parafilia (desviación sexual). Fue Ray Blanchard, un psicólogo
canadiense con gran experiencia en el tratamiento de este tipo de fetiche, quien
acuñó el término. El autoginefílico se caracteriza por sentirse sexualmente
estimulado al fantasear consigo mismo como mujer. Típicamente es un varón heterosexual,
y ni su aspecto ni sus actos suelen evocar en absoluto lo femenino, puede
incluso ser marcadamente viril. Hace su transición a una edad madura, después
de toda una vida de hombre, generalmente con matrimonio, hijos y una posición
socioprofesional típicamente masculina, pero posiblemente desde una edad
temprana haya tenido afición por el travestismo o cross dressing. Es práctica habitual en los autoginefílicos llevar
ropa interior de mujer debajo del atuendo normal masculino, o hacer tareas
marcadamente femeninas como hacer punto. Hace años, cuando no existían
tratamientos hormonales ni quirúrgicos para la realización de esta fantasía, el
autoginefílico era un hombre “normal” que se travestía en ocasiones; hoy la
tecnobiología les permite llegar mucho más lejos. El activismo transgenerista
sido liderado por estos hombres desde su inicio: la primera junta de lo que fue
en
EEUU en los 90 el germen del lobby transgenerista estaba compuesta íntegramente por hombres autoginefílicos.
Otro tipo de transexual o transgénero que se da entre los varones
es el trans homosexual. Típicamente es un hombre con rasgos físicos y psíquicos
leídos como femeninos. Para muchos varones homosexuales que nacen en entornos
sexistas, la transición puede ser la mejor o la única manera de vivir su homosexualidad
escapando de la violencia homófoba, tanto externa (de su familia, entorno social,
estados y leyes homofóbas), como interna (de su incapacidad de aceptarse como
hombre gay). Este tipo de transición podría encuadrarse dentro de lo que se ha
denominado “terapia de conversión“, que si bien suele referirse a las “terapias”
que determinados grupos religiosos o ideológicos imponían a personas
homosexuales para “reformarlas” y obligarlas a encajar en el molde de una heteronormatividad
obligatoria, lo cierto es que hoy existen hombres y mujeres cuya transición se
diría que es una terapia de conversión autoimpuesta.
Las mujeres adultas que se autoidentifican como hombres también
pueden ser homosexuales o heterosexuales (y bisexuales). Sin embargo, la
autoginefilia en mujeres parece no existir (así lo afirma Ray Blanchard), se
trata de una parafilia -como tantas
otras- exclusivamente masculina. Otra diferencia relativa a cómo hombres y
mujeres transicionan es que para las mujeres lo sexual no parece ser el motor
único de su transición; de hecho, en general no parece ser la causa
fundamental. Es el factor político lo que parece primar en las mujeres: huyen
del género femenino como identidad subyugada y devaluada, de lo femenino como
estigma y prisión. Ese es el principal motor de sus transiciones; nada que ver
con la motivación siempre sexual de los hombres.
Esto explica que en las mujeres la relación entre “identidad
de género” y la orientación sexual sea especialmente compleja: Es frecuente que
las mujeres que se autoidentifican como hombres tengan por pareja a otras
personas trans. No es lo mismo, por lo tanto, “un chico trans” hetero que tiene
por pareja sexual a una mujer (en este caso podría ser una lesbiana butch –de expresión masculina- que decidió
hacer una transición), que un “un chico trans” hetero que tiene por pareja
sexual a un hombre autoidentificado como mujer (en este caso se trataría de una
mujer hetero o con orientación sexual más amplia, que decidió transitar por
disconformidad con el género). Casi lo mismo podemos decir de los “chicos trans”
gay, si su pareja es otro “chico trans”, son dos lesbianas que decidieron hacer
una transición; y si su pareja es un hombre, es, como en el caso anterior, una
persona hetero. Esta falta de consistencia entre la orientación sexual y la
transición en mujeres nos indica que, para ellas, es mucho más un acto político
que erótico-sexual.
Para completar este catálogo de “personas trans” no podemos
olvidar lo que errónea y maliciosamente se llama “infancia trans”. Lograr hacer
creer a la opinión pública que existen un número considerable de niñas, niños,
y adolescentes “trans” “por naturaleza” es uno de los objetivos más importantes
del lobby transgenerista, ya que si eso se logra, se legitima la idea de que
existe algo tan absurdo y tiránico como “nacer en un cuerpo equivocado”. No
existe tal cosa. Si algo hay equivocado es la sociedad, sus prejuicios y sus
mandatos, sus ideologías y procedimientos.
Lo que sí existe son niños, y sobre todo niñas, con disforia
de género. Disforia significa incomodidad, malestar, y lo cierto es que no me
parece nada raro que una niña o un
niño se sientan incómodos al hacerse adultos en este mundo y tener que encajar
en unos roles de género crueles y opresivos: niñas hipersexualizadas, devaluadas
y abocadas a la sumisión; y niños conminados a demostrar su machunez ejerciendo
violencia, desdén y anulando su empatía.
Muchas niñas, niños y adolescentes con disforia son sencillamente
personas con una orientación sexual homosexual, algo que no debiera representar
ningún problema, tan solo motivo para dar apoyo a la o el joven para que viva
su homosexualidad con naturalidad y orgullo. Pero hay más homofobia
internalizada de la que creemos. Sabemos también que la mayoría de las y los
adolescentes con “disforia” tienen en paralelo otras dolencias psíquicas como depresión,
anorexia, trastornos del espectro autista, etc. Sin embargo, se opta por tratar
solo la disforia de género (que según muchas expertas es un síntoma de esos otros
trastornos), y se incurre en la negligencia de no atender esas otras dolencias.
El entorno social, las redes y las modas juegan un rol
decisivo en las transiciones de las y los adolescentes; y en las de niñas y
niños, la familia. Las frustraciones, prejuicios, traumas y sentimientos
ocultos de madres y padres pueden estar en la raíz del deseo de un niño de
convertirse en niña y viceversa. Todos estos malestares necesitan fundamentalmente
ayuda psicológica. Sin embargo, es aquí donde intervienen los lobbies transgeneristas;
irrumpen en medio de situaciones de desorientación y vulnerabilidad, y ofrecen una “solución mágica”: la transición
química y quirúrgica. Es el poder de estos lobbies lo que explica el crecimiento
desorbitado de transiciones en menores y adolescentes: en Reino Unido muy por
encima del 4000 % en 9 años: es lo que se ha denominado Rapid
Onset Gender Disphoria que afecta sobre todo a mujeres jóvenes. No voy a
entrar en las terribles consecuencias
físicas y psíquicas, que estas transiciones están teniendo en menores y en jóvenes,
incluido
un mayor riesgo de suicidio y no a la inversa como nos están haciendo
creer; ni en el alarmante (y oculto) fenómeno de miles de personas que dan
marcha atrás y hacen una detransición dolorosa y muchas veces con secuelas de
por vida. Para quien quiera profundizar en esta cuestión no puedo dejar de
recomendar dos documentales, ambos en YouTube: The trans train y Dysphoria.
La abolición de la
diferencia sexual como nuevo paradigma
De esta toda esta madeja de confusiones, conflictos y
malestares, podemos extraer algunas pocas cuestiones claras y básicas:
--Hay personas que se orientan sexualmente hacia su mismo sexo
y otras al otro (otras hacia ambos), pero en lo referente a la orientación
sexual hace tiempo que nuestra sociedad tiene los mecanismos legales e institucionales
necesarios para dar a las personas homosexuales el reconocimiento y los
derechos que merecen.
--Cuando hablamos de “identidad de género” es cuando la cuestión
se complica, porque no existe acuerdo alguno respecto a lo que eso significa.
--Todo el mundo sabe que el género son los roles, los
estereotipos que culturalmente se asocian a uno y otro sexo. Estos estereotipos
son arbitrarios y varían de una a otra cultura: en una sociedad tejer se
considera femenino y en otra masculino.
--Solo hay 4 cosas que son siempre, en todo el planeta,
única y exclusivamente femeninas: menstruar, gestar, parir y amamantar.
Que una mujer lesbiana o hetero, se sienta incómoda con el
género que la sociedad trata de imponerle, es algo que todas las feministas
entendemos perfectamente, y de hecho, muchas dedicamos gran parte de nuestras
energías a luchar para que todas las sociedades dejen de imponer sobre las mujeres
estereotipos, jerarquías, prescripciones y esquemas simbólicos opresivos. Sabemos
que es una lucha agotadora, inmensa e interminable, pero esta es la lucha de
las mujeres hoy.
Una mujer autoidentificada como “chico trans” decía en una
reciente entrevista que sería muy bonito un mundo en el que los cuerpos
sexuados tal y como nacen fueran todos aceptados y reconocidos por igual, pero
desgraciadamente el mundo no es así. A continuación reivindicaba el derecho de
todes a tener “agencia” en el aquí y el ahora, en el presente y no en un
utópico e hipotético futuro de emancipación femenina. Aquí lo que se está
diciendo con un lenguaje adecuadamente progre es que si una quiere vivir con Poder
lo mejor es convertirse en hombre. Ya lo ha dicho Miquel Missé, “desde
que soy un chico la vida me es más fácil“. Si una mujer transiciona a
hombre porque quiere eludir esa posición inferiorizada en la que la sociedad
patriarcal nos coloca por defecto a todas las mujeres, estará pasándose a la posición
jerárquicamente superior y desertando del colectivo jerárquicamente inferior de
las mujeres; no solo por el passing
que como hombre pueda tener, sino porque su transición es un acto político, una
proclamación que valida y acata el statu quo de la jerarquía sexual
hombre/mujer; y eso lleva premio. Se trata además de un acto teatral y
supuestamente transgresor solo al alcance (intelectual y material) de unas
pocas, por lo que es una posición sin la misma legitimidad para participar en
el feminismo de la que pueda tener una mujer que no haya desertado de nuestra
devaluada casilla.
En todo caso, no es el transfeminismo lo que mueve la
política transgenerista, son los think
tanks de organizaciones como Arcus
Foundation, Stryker Corporation, TGEU, GLSEN, MAP,
etc; y para su uso discursivo ya tienen suficiente con ese cocktail que han fabricado
con Judith Butler y una selección de recomendaciones de los Derechos Humanos de
la ONU. Las “subversiones” del transfeminismo son para ellos una lejana claque,
y nada les interesa menos que la emancipación de las mujeres. El transgenerismo
ya ha extraído de la teoría feminista todo lo que le ha resultado útil para
diseñar el nuevo machismo posmo, que tras su fachada adornada de igualdad e inclusividad
encierra una sorpresa para las mujeres: una sujeción más compleja, profunda e
insidiosa.
Para terminar vuelvo a Hannah Arendt. Dice ella que cuando
todos mienten acerca de todo, quienes defienden la veracidad ya han dado un paso
adelante en la tarea de cambiar el mundo. Le preocupaba el fenómeno relativamente
reciente en su época de la manipulación masiva de hechos y opiniones, y lo
explicaba mostrando la diferencia entre la mentira tradicional y la mentira moderna,
entre el ocultamiento y la supresión. La mentira tradicional ocultaba, pero lo hacía
en referencia a un hecho concreto, no pretendía, ni podía, falsear todo el
contexto, porque además, la mentira iba dirigida a los enemigos, y no era
necesario engañar a todos. La mentira moderna es diferente, en condiciones
democráticas “el engaño sin autoengaño es imposible”, es necesaria la acomodación
completa de toda la estructura; y eso exige burlar a toda la sociedad, crear un
panorama contextual completo. Esta reflexión sobre la manipulación política del
relato, podríamos aplicarla a cómo ésta se ha utilizado en la construcción y
legitimación del sistema sexo-género: podríamos observar que en el sistema
tradicional, las mujeres tenían un estatus social devaluado, estaban relegadas
a los márgenes, pero era imposible negar su existencia, sus aportaciones y el
hecho de que eran socialmente insustituibles. El nuevo sistema sexo-genero nos
propone algo completamente nuevo: la eliminación de la diferencia sexual; la no
existencia de las mujeres como cuerpos biológicamente diferenciados. Lo
femenino, social y políticamente abolido.
Se crea un paradigma nuevo en el que es mujer quien así lo
siente, esto se convierte en ley, y la sociedad lo celebra como un gran avance
en inclusividad. La mentira recompone el sistema sexo-genero, y se logra crear
un panorama contextual completo; necesario, porque en democracia “el engaño sin
autoengaño es imposible”: La más básica y contraintuitiva falacia respecto a la
naturaleza humana se cuela en los sistemas democráticos con la vaselina de los
derechos humanos, y pone patas arriba las bases reales de la sexualidad y la
reproducción…..….pareciera que el fraude ha triunfado. Pero los hechos, en su
obstinación, son superiores al Poder; la verdad tiene fuerza propia, se puede destruir,
pero no reemplazar. La sustitución de la verdad por la mentira, dice Arendt,
nos deja sin guía para actuar políticamente, sin un punto de partida sólido
para construir el futuro. Por eso, no vamos a permitir que las mentiras se
conviertan en ley.
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